Fiesta de la Aurora 2009

Desde hace tiempo, sentía ganas de escribir sobre el amor, y decir unas cuantas cosas dedicadas a este gran concepto, que rige nuestra vida diariamente y nos dirige de manera inconsciente hacia el buen hacer de nuestros sentimientos más importantes, que son los que definen la personalidad de cada uno, y nos sitúan en el nivel de la vida que nos corresponde, desde el que actuamos en consecuencia.

Si con este escrito lo he conseguido, aunque haya sido, solamente, un poco, me siento gratamente recompensado por ello, ya que, del tema del amor, se podría estar escribiendo largo y tendido, y nunca se acabaría, por la grandeza del mismo.

Vaya dedicado a nuestra Virgen del Rosario, para que, continuamente nos dé fuerzas para seguir intentándolo, y siempre bajo su custodia al:

Amor de los amores

Amor, loable sentimiento,
que conlleva nuestra persona,
nos hace sentir, y su aliento,
poco a poco, nos transforma.

Amor, fuerza tempestuosa,
que subyuga nuestra vida,
y nos rinde la más hermosa
autoestima prometida.

Amor, de tu camino quiero,
sentir mi vida llena,
caminando por él, espero
llegar pronto a tu meta.

Amor, no quiero que faltes
en mi caminar constante,
por eso no quiero quedarme
sin tu compañía importante.

Amor, yo quiero que sigas,
y me acompañes para siempre;
que para mí sobrevivas,
y me adornes continuamente.

Amor, continuo placer viviente,
si en ello buscas el agrado,
piensa en mí constantemente,
y lo habremos alcanzado.

Amor, pasión de las pasiones,
como locura nunca sentida;
como maestra de los ardores
que sentimos en nuestra vida.

Amor, sintiendo nuestro físico,
como dulce y maravilloso,
notando cómo lo único
verdadero y más hermoso.

Amor, cubierto de vanidad,
por ser capaz de no sentir,
cuando lo busca la verdad,
desde el principio hasta el fin.

Amor, si yo dijera ¡basta!,
¿hasta cuando estarás conmigo?;
tu nombradía no me harta,
¡qué grato vivir es contigo!

Amor, con amor se une;
afán que todo supera,
pero con ello asume,
a nuestra unión placentera.

Amor, que todo lo mueve,
por él se nace, se vive
por él nunca se muere,
y por él… se pervive.

Amor, que todo lo puede,
que todo consigue;
haz que cuando lo pruebe,
nunca más… lo ansíe.

Modesto Ruiz Hellín
Auroro
Octubre 2009

La bibliografía relativa a los auroros de la huerta de Murcia es escasa en el campo de las publicaciones escritas. Lo es mucho más si nos referimos al siglo XIX y primera mitad del XX. Podemos decir que es casi testimonial y enmarcada en el ámbito de unos escritores considerados en la literatura dentro del género costumbrista. Se trata de autores que han nacido en los lugares que describen y que en consecuencia tienen un conocimiento directo de la realidad que han vivido. Conocen con detalle el modo de vivir, de sentir y de pensar de las gentes, cuyas costumbres y tradiciones intentan reflejar en sus obras. Gracias a ellos, hoy podemos ahondar en nuestro pasado y conocer cómo era la vida cotidiana de tantos pueblos y ciudades, sus fiestas y celebraciones, el culto de la vida y de la muerte, el modo de cultivar y trabajar la tierra, la recolección de los frutos, y así tantos aspectos de la vida tradicional de las generaciones que nos han precedido.

Uno de estos escritores que brilla con luz propia, es don Luis Orts González, nacido en La Ñora en 1859 y con un amplio bagaje profesional dedicado a la enseñanza, pues llegó a ser Director de la Escuela Normal de Murcia y Secretario del Tribunal Tutelar de Menores, y gozando de diferentes condecoraciones y medallas, entre otras la de Caballero de la Orden de Isabel la Católica.

Como escribe el Profesor Don Juan Barceló Jiménez, al hacer su breve reseña biográfica en La Gran Enciclopedia de la Región de Murcia, la obra literaria de don Luis Orts, destaca por su temática huertana, que conocía a la perfección por haber nacido y vivido en plena huerta de Murcia. En virtud de sus méritos, en La Ñora tiene dedicada una calle llamada Catedrático Luis Orts, además de tener una dedicatoria en el monumento erigido en honor de don Cipriano Galea, en una lápida en mármol blanco en donde se le reconoce como “hijo preclaro del pueblo de La Ñora”. Su prestigio social en La Ñora, le lleva también a ser nombrado en 1900, presidente honorario en la primera junta directiva del Banco de La Ñora, llamado entonces Sociedad Benéfico Agrícola.

En 1908 se publica su obra Vida Huertana. Artículos de costumbres de la Vega de Murcia, 1ª Serie, impreso en Murcia. Es un libro muy ameno de leer y sumamente interesante por la información que aporta respecto a los usos y costumbres de la huerta. Aunque la narración sitúa los hechos, en algunos casos, en lugares no concretos, en la mayor parte de las veces si están situados en sitios exactos, como Javalí Viejo, Rincón de Beniscornia y La Ñora, que ponen de manifiesto el conocimiento que tenía don Luis Orts de estos lugares.

Precisamente, el Capítulo II de la obra lo titula “Los Auroros”, abarca desde la página 21 hasta la 36 y sitúa la narración de los hechos en el partido de X, sin duda al ser consciente de que había auroros en todos los pueblos del entorno, pues incluso hay un pasaje del libro en donde afirma que “a lo lejos se oía el canto dulce y melancólico de la pasión, que los auroros de Beniscornia entonaban en la puerta de la ermita, en la noche de Jueves Santo”.

La figura central del relato se personifica en “el despertador”, el auroro más sacrificado de todos, que tiene la obligación de “levantarse todos los domingos a la una de la madrugada, para avisar a los despertadores de la feligresía y llevar la cadencia y el compás, con el tintineo de su campanilla, en esos coros poéticos y arrobadores de los auroros, que se anticipan á la salida del alba”. El despertador sale sólo y lo hace con las dos manos ocupadas. “Con una mano sostenía un farolillo encendido, no tanto por librarse de los peligros de la obscuridad, como por seguir una costumbre estatuida hace muchos años entre los auroros de la huerta, y con la otra mano hacía sonar, con toques intermitentes y pausados, una vieja campanilla de bronce, cuyos acentos chillones iban á extinguirse en el fondo de aquella soledad.”

El respeto que muestra nuestro protagonista del relato por su labor, se pone de manifiesto cuando dice “dos herencias me dejó mi paire al morirse que deseo yo dejárselas a mi zagal y sigan en la familia de los Carrascois dista la fin del mundo: el estante del paso de la Cena, que viene desde los tiempos de mi tatarabuelo y la campanilla de los despertaores, que he conocío en mi casa desde que tengo uno de razón”. Como vemos, aparece un sentimiento de admiración hacia la herencia espiritual recibida de su padre, que él no duda en seguir transmitiendo a su hijo para que no se pierda la tradición de los auroros en la familia.

Otro hecho digno de mención es la doble finalidad de la despierta. Por un lado, mostrar a los vecinos del lugar el domingo como el día del Señor, con salves de alabanza a la Virgen o rezo de Padrenuestro y Avemaría en las casas que guardaban luto. Por otro lado, afirma que la despierta de los auroros, compuesta por “una docena de huertanos fervorosos, de la clase de humildes jornaleros”, “a quienes no les guiaba otro fin que ayudar con el producto de sus cantos al culto de la Virgen”. Es en este momento cuando también dice, para poner las cosas en su sitio, que es “falsa de toda falsedad la especie propalada por varios descreídos, asegurando que la mayoría de los cantores no madrugan por verdadera devoción, sino por toma a mañana a costa de la cofradía, que pasa en sus cuentas una copa semanal de aguardiente para cada uno y una merienda para todos al cabo del año”.

En otro pasaje de la narración, se pone en boca del despertador que “Güeno juera -iba pensando Carrascoy por aquellos vericuetos- que yo también me queara en mi casa y que no se hiciera la despierta. Entonces le pediríamos los dineros al moro Muza y cuando allegue el día de la Virgen que no haiga pa el castillo ni pa el predicaor ni pa la música. Y si ínterin tanto se muere angún hermano de la cofradía le dirán las tres misas del Santo Cristo de las penas po allá po el ole y que el probe se achicharre en el purgatorio. Y luego, a la fin y a la postre, que de to esto tenga uno la culpa, por ser perezoso y cobrarle miedo á las madrugás”.

El canto de las salves de los auroros, durante la despierta, comenzaba en casa del Señor Cura y después en casa acudían a la casa del Señor Maestro. Así lo expresa don Luis Orts: “dirigiéndose en primer lugar á la puerta de! señor cura, donde formaron estrecho círculo, quedando Carrascoy en el centro, como director de orquesta, con su campanilla preparada. Después de algunos golpes de tos para templar las cuerdas vocales, entonaron una salve tan cadenciosa y tan bella, que era lo que había que oír. La oscuridad de la noche, la soledad de la huerta y hasta el fulgor de las estrellas próximo á extinguirse con el alba, contribuían a dar mayor sublimidad a aquellas estrofas poéticas”.

Dice a continuación: “terminado el primer número corriéronse a la casa del señor Maestro, siempre acompañados del farol de Carrascoy y del sonido de la campanilla. Allí se dividió la pandilla en dos grupos, figurando en uno las voces agudas de triples y tenores y en el otro las de barítonos y bajos, para entonar otra canción por estrofas dialogadas, que resultó verdaderamente deliciosa y arrobadora”.

No es cuestión de extenderse más en la narración, pues creo haber recogido suficientes matices para hacer llegar a todos el conocimiento directo de la actividad que desplegamos los auroros a lo largo del año. Ese conocimiento directo de los auroros lo tenía don Luis Orts González, que con seguridad asistiría en ocasiones diversas a las despiertas y escucharía el canto de los auroros. En la actualidad, aunque hayan podido variar algunas manifestaciones externas, como consecuencia de los nuevos tiempos que nos toca vivir, en lo esencial, los auroros seguimos teniendo como principio y como valor seguro y firme, la devoción a la Virgen María, a la que no nos cansamos de alabar con nuestras salves y a la que pedimos amparo y protección. Por eso nos dirigimos a Ella diciendo “Por vuestro Santo Rosario, Madre de toda mi alma, alcánzanos de tu Hijo, por siempre la Gloria Santa”.

Antonio Ruiz Gómez
Campana de Auroros
Javalí Viejo
Octubre 2009